En la actualidad, el tema de los valores y los principios éticos ha adquirido gran importancia en todos los sectores de la sociedad, siendo de gran relevancia en la familia, en las instituciones educativas, en las organizaciones sean públicas o privadas, en los medios de comunicación, instituciones religiosas, etc. Y es común escuchar que es preocupante el papel que se desempeña por algunas personas que forman parte de estas instituciones, es por ello la gran necesidad de avanzar en el estudio de la ética, para que se pueda tener un impacto favorable en la vida de las personas y como consecuencia mejorar el futuro de la humanidad.
Es probable que los beneficios de actuar con un comportamiento ético, no se puedan apreciar fácilmente desde el inicio, pero en la medida que se va aprendiendo a identificar la bondad y maldad en los actos de nuestras vidas, se estará preparado y conscientes para tomar decisiones adecuadas y el desarrollo de una imagen ética que demanda la sociedad.
La Ética, es una ciencia filosófica cuyo objetivo es el estudio de la conducta humana y la bondad o maldad de esa misma conducta. La Ética exige a toda persona cumplir con normas de comportamiento.
La ética estudia las buenas costumbres, las conductas valiosas, los criterios para orientar la conducta humana en el campo de los valores, yendo en contra del engaño, homicidio, el robo, que son la contradicción a una persona que actúa éticamente, que especialmente actúa con el corazón y la razón de derecho y no lo de echo.
De esta manera se puede afirmar que el comportamiento ético personal se da como una exigencia de la conciencia moral.
La Ética tiene como objeto el estudio de los conceptos y preceptos morales, en todos los actos de los seres humanos en la vida social.
Desde la aparición del hombre la conducta humana ha sido objeto de estudio, con la consecuente necesidad de establecer normas que permitan regular su comportamiento con las demás personas, para que exista una mejor convivencia en la sociedad.
La Ética reflexiona, hace teoría y da normas generales sobre el deber ser de los actos humanos; es una disciplina cuyo pensamiento es filosófico, es práctica pues hace análisis de los actos en la vida cotidiana, busca la universalidad pues lleva implícito el sentido de acción; además tiene un nivel de objetividad científica de carácter crítico y riguroso.
Hablar de paradigmas en la tarea de fundamentar la ética implica, entonces, la hipótesis de que no es imposible una fundamentación ética reconstructiva. Ello depende asimismo de que puedan presentarse buenos argumentos en su favor. Que los argumentos sean “buenos” dependerá de que resistan con éxito las objeciones principales del escepticismo ético y de que permitan mostrar lo que está necesariamente supuesto en los fenómenos morales.
Usando la expresión que Kuhn convirtió en moneda corriente para la epistemología y Apel para la filosofía en general, se toman en cuenta, paradigmas de aplicabilidad según el tipo de teoría ético-normativa que se sostenga.

El Paradigma de la ética del bien común
La idea central que congrega a los defensores de un modelo ético como este es, el patrón de referencias normativas de la conducta personal y social, el cual debería ser el respeto y el cultivo del sistema de valores de la propia comunidad. Se trata de un conjunto de creencias morales compartidas, mantenidas por la tradición, transmitidas por la educación, subyacentes a la vida social y al orden legal, y permanentemente vivificadas por rituales de reconocimiento y celebración. Se le llama también el Paradigma de la felicidad porque se quiere así rendir tributo a Aristóteles, autor que constituye una de las fuentes filosóficas principales de esta concepción ética.
La ética de Aristóteles es un ejemplo particularmente ilustrativo de este paradigma porque ofrece una elaboración teórica muy acabada. Por vincularse la ética, en todos estos casos, a la forma concreta en que la comunidad organiza sus relaciones o modela sus costumbres, suele decirse que uno de los rasgos distintivos del Paradigma es el sustancialismo, aludiendo a la consistencia, la materialidad y la uniformidad que sirve de punto de referencia para la articulación de la concepción ética.
Ha llegado el momento de explicar por qué es este el contexto al que pertenece, en sentido estricto, el lenguaje sobre los valores. Aunque el uso de este término es hoy muy impreciso y puede referirse a una variedad de aspectos de la valoración moral, lo que originariamente designa es precisamente el conjunto de conductas ejemplares concretas, aquellos perfiles de excelencia moral relativos al ideal de vida de una comunidad, pero estilizados en forma de un catálogo de conceptos normativos. La valentía, la honestidad, la generosidad son valores, en el sentido en que expresan ideales de conducta reconocidos por nuestra comunidad, a los que asociamos situaciones y modos específicos de comportamiento. Con esto se quiere decir que, dada la naturaleza de los valores, es decir, dado que son conductas ideales específicas, de parte de los individuos no puede haber neutralidad ni, tampoco, liberalidad frente a ellos, sino, muy por el contrario, el mayor compromiso posible.

El Paradigma de la ética de la autonomía
La idea central que congrega a los defensores de este modelo es, señalando que la mejor manera de vivir consiste en construir una sociedad justa para todos los seres humanos; este es, para el modelo, el patrón de referencias normativas de la conducta personal y social. Se le ha denominado el Paradigma de la autonomía, evocando el modo en que Kant caracterizara el principio central de esta interpretación de la ética, que es el principio de la libertad del individuo, pero de una libertad que se afirma solo mediante el respeto de la libertad de todos.
La autonomía es la capacidad que posee idealmente el individuo de pensar y decidir por sí mismo (de darse a sí mismo su propia ley) pero de hacerlo eligiendo al mismo tiempo un marco de referencias (una ley) que haga posible el ejercicio simultáneo de la autonomía de todos. De aquí se deriva el sentido más general de la palabra justicia, que da igualmente nombre al Paradigma: una sociedad justa para todos los seres humanos sería, en efecto, aquella que estuviera regida en todas sus instancias por el principio de la autonomía y que permitiera, por tanto, que todos los individuos, sea cual fuere su ética, ejercieran su libertad sin perjudicar la de los demás.
Ante los sentimientos y las emociones, el Paradigma de la ética de la autonomía expresa una cautelosa, pero firme, desconfianza. Una presencia excesiva de las emociones en la defensa de los valores puede conducir al fundamentalismo, al dogmatismo y hasta al fanatismo.
Esta concepción explica el modo en que Kant concibe el principio del imperativo categórico, y Adam Smith el criterio del observador imparcial. Se detallan así los rasgos constitutivos del Paradigma como lo son el formalismo, la existencia de un sistema de normas, la desconfianza frente a las emociones, la perspectiva de la tercera persona, el universalismo y la referencia al contrato y el diálogo como criterios últimos de fundamentación. El resultado es, un cuadro coherente en el que se ve diseñado un ideal de consenso moral centrado en la capacidad de los seres humanos de imaginar una forma racional de regular sus conflictos.
Es importante encontrar criterios de carácter general a los que podamos apelar no sólo en las situaciones de conflicto, sino que ofrezcan una orientación al proyecto global de nuestras vidas.
Los llamados Principios éticos pueden ser vistos como los criterios de decisión fundamentales que los miembros de una comunidad científica o profesional han de considerar en sus deliberaciones sobre lo que sí o no se debe hacer en cada una de las situaciones que enfrenta en su quehacer . Cada principio ético tiene límites, así por ejemplo, la autonomía no implica que la persona pueda hacer todo lo que ella quiera con sus congéneres; o en el caso de la ayuda hacia los otros no se puede caer en el paternalismo. En este sentido, aunque los principios éticos son fundamentales, se limitan entre si ya que en su aplicación a una situación concreta se requiere del buen juicio, es decir, de una ponderación adecuada por parte de quien tiene que tomar la decisión, y esta ponderación exige tomar en serio los derechos e intereses de los otros.
Criterio de humanización

Criterio de autonomía

Criterio de complejidad
El criterio de complejidad puede enunciarse de la siguiente manera: "la realidad es compleja, y el hombre debe actuar de acuerdo a lo que va conociendo de ella". La necesidad de tomar en cuenta el todo de la realidad, surge de la realidad misma, a esta exigencia la llamamos “principio o criterio de complejidad”. Este es un principio analítico de carácter ético, que mira a la práctica y obliga al discernimiento.
El criterio es importante para la ética, dado que su carácter normativo deriva del conocimiento de la realidad. Las exigencias éticas son exigencias de la realidad que han de evaluarse y medirse en el campo de lo objetivo, aunque sean un llamado interno a cada persona. Y dado que la realidad concreta tiene su propia complejidad y la de quien está involucrado en ella, los principios éticos no son el único factor determinante, al margen de todos los demás factores que están en juego. Estos son prácticamente imprevisibles, y no por eso podemos prescindir de ellos; el no tenerlos en cuenta es una actitud no ética.
Criterio de totalidad
De la unidad y totalidad del ser humano se desprende un principio de suma importancia para la ética; cada persona es responsable no sólo de cada parte de sí, sino, principalmente, del todo de su ser personal; por eso puede disponer de las partes en beneficio del todo. Se llama criterio de totalidad a la relación determinante del todo sobre la parte, la cual podríamos enunciar así: Donde se verifique la relación de todo a parte, y en la medida exacta en que se verifique, la parte está subordinada al todo, y éste determina a la parte, por lo que puede disponer de ella en su propio interés. Tratándose del bien de la persona, para el que este criterio tiene su más adecuada aplicación, el todo trasciende a cualquiera de sus partes y vale más que la suma de todas ellas. Este criterio se fundamenta en la unidad del sujeto que actúa, para el que su identidad y su existencia son los valores primarios.
Criterio de solidaridad

El criterio de solidaridad se puede enunciar así: "cada persona ha de contribuir al bien común según sus posibilidades, de acuerdo con los diferentes estratos del bien común". Y tiene derecho a recibir de los demás todo lo que necesita para vivir y desarrollarse, si por justas causas él mismo no puede adquirir lo necesario.

Todas las personas tienen en su mente algún ideal rector con el que evalúan las acciones propias y extrañas, pero el mismo puede estar más o menos desarrollado en función de la experiencia y la aplicación del conocimiento.
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